En los últimos meses, en el ámbito tecnológico se está hablando, y mucho, de las ciudades inteligentes. Desde la perspectiva innovación y personas hemos querido analizar ese incipiente mercado.
Hemos revisado las descripciones de ciudad inteligente, tanto a nivel de proveedores como institucionalmente y, desde nuestra perspectiva humana de la innovación, encontramos un pasaje triste, por no tildarlo de desolador…
Nos resulta chocante que, el concepto «ciudad inteligente», se vincule exclusivamente al empleo de diferentes tecnologías coordinadas entre sí (energéticas, de la información, sensores,…); resultando carente absolutemente de emoción, es decir de personas.
Es sorprendente como estas «ciudades inteligentes» se convierten en nichos en los que grandes compañías de ingeniería gustarían de deplegar todo un conjunto de «cacharritos» que hará la vida del ciudadano más fácil… ¿más fácil…? ¿o más lucrativa para sus intereses?
Y, entendámonos, nadie tan lejos de nosotros como para criticar la innovación, todo lo contrario; es nuestra razón de ser. Pero las ciudades, de todos los tamaños, tienen otras preferencias. Una parada de bús digital es una «machada» cuando el municipio de turno no es suficientemente «inteligente» como para generar formación y recursos de calidad a sus habitantes. La innovación debe seguir criterios de racionalidad económica (que no necesariamente financiera) y, existen centenares de opciones innovadoras que aportan mucho más al ciudadano, que un semáforo que se apague cuando no pasen coches…
Innovación no es poner «cacharritos» indiscriminadamente en un espacio urbano, es hacer y organizarse diferente provocando el máximo impacto y mínimo coste para las personas beneficiarias de la misma. Innovación también es modificar la organizaciones sociales, políticas y económicas de la vida de una ciudad, cuando las existentes se encuentran obsoletas.
Innovación es generar transparencia, promocionar el incremento del nivel de satisfacción vital (no el nivel de vida, que se vincula, curiosamente al número de caharros en activo por habitante). Las verdaderas ciudades inteligentes lo serán cuando se prime la salud de sus habitantes, el acceso a centros deportivos y educativos, al asociacionismo cultural y deportivo, la cogestión de la vida de la ciudad con el ciudadano, el incremento de los pulmones urbanos y zonas verdes, la reducción del espacio dedicado al automóvil,… Ahí están los verdaderos ámbitos de la ciudad inteligente, que sí pueden y deben ser soportados en muchos ámbitos por diferentes tecnologías, basándose siempre en criterios de pura eficiencia. Pero después, solo después de conseguidos esos cambios, absolutamente disruptivos a día de hoy, es cuando se debería avanzar en otras necesidades colectivas no satisfechas, pero indudablemente de menor rango.
Innovación inteligente es modificar las organizaciones sociales, políticas y económicas de la vida de una ciudad, cuando se encuentran obsoletas.