Innovación. Reclamando el derecho a pensar distinto.

Cuando nos vamos trasladando a lo largo del día entre los diferentes grupos sociales de los que formamos parte (familia, trabajo, amigos,…) vamos participando de diferentes discursos, conversaciones, discusiones,… Junto a ellos, más bien sobre ellos, los medios de comunicación masivo añaden, o más bien influencian, en los contenidos de muchas de esas conversaciones que van ocurriendo a nuestro alrededor, y en las que vamos participando, de manera más o menos activa.

Lo que me gustaría destacar, es cómo los contenidos de estas conversaciones son en demasiadas ocasiones faltos de un contenido profundo de análisis, cuestión lógica pues son en muchas ocasiones de carácter informal; pero sobre todo son faltas de perspectivas diferentes o alternativas a unos puntos de vista compartidos por la mayoría, pero a la vez fuertemente limitados.

Tratando de realizar una presentación más clara: no sólo en cuestiones referentes a la política, la fama, la economía o los deportes (por citar los más recurrentes en medios de comunicación); sino en la manera de entender una organización, de definir las características de un nuevo producto, en lo personal incluso en la definición de nuestro proyecto vital; nos encontramos con la deriva intelectual de aferrarnos a los conceptos más comunes, más fáciles de distribuir y más básicos; que aseguran el máximo impacto de los mensajes que generamos, siendo precisamente los que permiten acceder a la inmensa mayoría de aquellos que participan en nuestros entornos diarios y personales.

Es decir, el contenido de los diálogos se conforma proactivamente desde los medios hacia la definición de  mínimos, y nosotros como personas aceptamos e internalizamos la necesidad de generar una comunicación rápida y directa, sacrificando la riqueza de matices, orientaciones y perspectivas realmente disponibles. La riqueza del lenguaje se minimiza hacia los conceptos más básicos, directos, indefinidos y rápidos de distribuir. El resultado es una pobreza conceptual total que amenaza los diálogos de nuestros diferentes entornos.

El resultado es demoledor. Piense en muchos de los contenidos que ha seguido en medios o tratado usted como actor en una conversación. La inmensa mayoría de los conceptos que habrán surgido habrán sido dicotómicos: blanco o negro; y en el mejor de los casos existiría una muy limitada escala de grises. Y, aún peor, ¿en algún momento algún interlocutor ha salido de ese controlado diálogo proponiendo una perspectiva alternativa? Seguramente no, y en caso de haber ocurrido, la respuesta del resto de los participantes hubiera sido la negación de la opción alternativa, «porque así no son las cosas».

Lo expuesto, es causa de la reducción de ideas en una sociedad completa, de la falta de alternativas incluso en decisiones vitales personales. En la asunción de decisiones que suponen compromiso; el compromiso siempre es posterior a un objetivo, y un objetivo es el resultado de visualizar una idea,  pero si ésta no llega a existir, pues se exige a priori la muerte de los nuevos conceptos… ¿Asumiremos alguna vez el compromiso por alcanzar un objetivo que suponga lograr algo distinto?

Como personas, como sociedad, debemos negarnos a admitir, la reducción a un simbolismo básico de lo qué es nuestra realidad y nuestra vida. Somos nosotros, sólo nosotros quienes podemos hacerla girar y evolucionar hacia nuevos horizontes, nuevos sí… alternativos, pero nuestros.

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