En el discurso de lo económico, tanto macro como micro, si se coloca la palabra competitividad dentro de cualquier argumento, inmediatamente se está pretendiendo crear un eslabón directo con la buena gestión. Se busca una simbiosis artificial, en la que Competitividad y buena gestión se perciban como sinónimos.Esta pretendida simbiosis distorsiona qué es realmente la competitividad, y no es la buena gestión, es sólo una manera de hacer las cosas. Es una opción entre tantas de afrontar el futuro de organizaciones e incluso países a nivel económico, para la que existen a prioris no cuestionables, un corpus de verdades absolutas con las que se pretende que parezca como la única manera de gestión posible.
Quienes promueven la competitividad como aspiración sacrosanta de la gestión realmente están distorsionando la perspectiva, el conocimiento de aquello que es buena gestión de lo que no lo es. Y no olvidemos el valor moral de lo que es “bueno”.
Lo que la competitividad esconde es que no está vinculada la buena gestión
La búsqueda de la competitividad aspira exclusivamente a generar los estados financieros más generosos para dos agentes vinculados a la organización, los propietarios del capital y los directivos, vinculados ambos en sus retribuciones al logro al máximo margen financiero.Para un modelo de gestión identificado como competitivo, es indiferente que los salarios que se paguen sean altos o bajos, pero pagarán más bajos; da igual si los procesos productivos dañan el medio ambiente, pero se elige dañar el medio ambiente; no es importante cuestionar si se pagan impuestos o no se pagan impuestos, se decidirá evitar el pago de los mismos; se obviará evaluar el nivel de salud seguridad o cultura de la sociedad, se optará por la mínima seguridad, educación y cultura.¿Y por qué se toman estas decisiones si podemos entender de manera común que no son buenas? Porque se toman orientadas a lograr la máxima competitividad que permitirá (teóricamente) generar el máximo beneficio financiero, y ésta es una verdad absoluta .Si se toman decisiones que afecten a la competitividad, se pone en riesgo el beneficio financiero. Y de esta manera, ni siquiera se entra en conflictos morales, pues éstos forman parte de una esfera que queda fuera de la decisiones económicas.
Las decisiones económicas están por encima de la moral,
de lo que es bueno o malo.
Cualquier explicación ética y moral queda totalmente reducida a un segundo nivel, y además por ser de segundo nivel cualquier decisión moral se considera equivocada per sé, no siendo necesario argumentación ninguna que lo justifique.La comprensión de la gestión financiera supeditada a la maximización del beneficio financiero a través de una gestión basada en la competitividad condiciona a propietarios y gestores de empresas a actuar de una manera única por haberse convertido en un pensamiento único, promocionado desde las grandes multinacionales, a través de las escuelas de negocio. Se proyecta que éste el único modelo viable porque es precisamente, el mejor modelo y por tanto no existen alternativas.Pero este corpus tiene una debilidad, existen propietarios y gestores de organizaciones que sí están dispuestos a poner cuestiones éticas de calado por delante de la toma de decisiones, realizar preguntas que les ayuden a encontrar un camino ético y consecuente, que permita el desarrollo de la organización en el medio y largo plazo (también financieramente por supuesto); donde los empleados sean el activo más valioso de la organización y donde la relación con el entorno social, ecológico y económico, tanto cercano como lejano se base en un modelo win-win.
Este tipo de gestores y propietarios se encuentran generando la senda que les puede llevar a modelos de gestión coopetitivos, orientados a las personas.
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