Cuando se habla de la gestión de la PYME, suelen aparacer referencias a «el asesor«, «el informático«, «el de la imprenta«,… es decir personas con nombre y apellidos concretos y, una relación personal y profesional estrecha que asumen de manera directa ciertas actividades que son necesarias para la PYME, y que ésta no puede absorver por sí misma.

La personalización a la hora de resolver estas necesidades viene motivada la mayoría de las veces por la necesidad de que éstas queden resueltas, con la aplicación del mínimo coste posible. Desde esta perspectiva, se considera que alguien más o menos conocido y reconocido resolverá, y repercutirá un coste relativamente bajo, o al menos suficientemente asumible. Lo interesante para la PYME es finalmente lograr la liberación absoluta y despreocupación de estas tareas, obteniendo una dedicación total al objeto de su negocio, que es finalmente de dónde obtiene sus ingresos.
Esta perspectiva, si bien tiene su sentido, supone de facto no una contratación de unos servicios, sino una total delegación de funciones con todas sus consecuencias. La PYME no percibe, en general, que está realizando una subcontratación de procesos principales de la gestión empresarial, y por tanto básicos para su continuidad y existencia. Esta actitud fue similar en las grandes organizaciones cuando se inició la externalización de tareas empresariales, no vinculadas al corazón de su negocio. Inicialmente también se asumía el modelo de delegación, pero el tiempo les ha demostrado que, aunque externalizadas estas tareas, forman parte de sus procesos. Quiere esto decir que, el buen hacer o no de estas empresas repercute directa y seriamente en su propia continuidad. No se encontraron frente a un mero coste que eliminaba una tarea, descubrieron que ese coste se asume a cambio de unas prestaciones que suponen unos resultados y unos objetivos que deben ser medidos, calificados e identificados mediante criterios objetivos de calidad.
La medición de estas prestaciones de servicios externas, sirvió para poder conocer si estaban aportando, o no, realmente un valor añadido a la organización; si éste valor añadido suponía un coste real superior, o no, al precio pagado por los servicios; descubrieron la necesidad de fijar criterios y operaciones precisos y definidos para la entrega de recursos e información a, y recepción de resultados, desde las empresas a las que habían externalizado servicios. Finalmente se evaluó de manera objetiva la eficiencia financiera obtenida, la aportación a la mejora de los resultados financieros de la organización de la externalización, o no, de determinados servicios, a determinadas empresas.

Quizá todo este trabajo, realizado por grandes corporaciones, pueda resultar de partida enorme y desproporcionado para la PYME, y desde luego no pretendemos animarlas a asumir tan enorme tarea. Pero sí, nos gustaría invitarlas a revisar y conocer despacio cuántos servicios tienen externalizados. Olvidemos «al asesor, y pensemos que finalmente es un proveedor externo que realiza un trabajo para mí, a cambio de una contraprestación; hecho este cambio de pensamiento, llega el momento de analizar si el servicio que ofrece es de calidad, mantiene continuidad, me aporta los conocimientos que preciso; y el coste que me repercute queda justificado por mis necesidades y su calidad del servicio. Invitamos a realizar este análisis para cada proveedor externo, a escribir en un lado de un papel su aportación a mi empresa, y en el otro lado el coste. Cuando estén todos registrados, será el momento de conocer exactamente cuánto me estoy gastando anualmente en estos servicio y qué estoy consiguiendo… a la vista de los resultados, ¿se les puede pedir más? ¿se les debería pagar menos? ¿se deberían eliminar? ¿se deberían sustituir?
Los servicios externalizados deben aportar siempre un valor añadido superior al coste que nos suponen.